viernes, 8 de junio de 2007

SOBREVIVIR ES EL NOMBRE DEL JUEGO

fotoLas historias más tristes la cuentan con los ojos, con la mirada, con el cuerpo, con las manos; y la cuentan las empleadas domesticas de doce años, los lustrabotas a tiempo completo, obreros huérfanos sin tiempo para ir a la escuela, los rostros colorados y partidos del frío de los niños indígenas que mendigan en las calles, niños que apenas llegan a los cuatro años.

Rostros negros, mestizos, castaños, blancos, amarillos, pieles de cemento, de piedra, pelos de alambre, cabuya, ojitos tristes que hunden inocencia y deambulan esperando justicia. Es el panorama de los niños condenados a ganarse el pan con el sudor de la frente.

¿Qué leerá usted: una crónica o una oración? ¿Referida a un país específico cualquiera o por cualquiera de los niños aquí descritos, en cualquier país?

Arturo Quizhpe Peralta*


Juan tiene las manos grandes y gruesas como las de un obrero mayor; va todos los días a la quebrada a ganarse tres dólares al día llenando camiones con arena para construcción. A pura lampa. Diez horas seguidas. No va a la escuela.

"Señores y señoras, tengan ustedes muy buenas tardes. Antes debo agradecer al señor chofer de este hermoso bus, que me ha permitido dirigirme a ustedes. Yo se que ustedes están aquí para viajar tranquilamente, pero permítanme dedicarles una hermosa canción, para que su viaje sea más placentero, y ahí va la cancioncita..."

Quisiera ser piedrecita del camino,
para que tu te tropieces y me mires.
Quisiera ser pidrecita en el camino,
para que tu te tropieces
cuando empieces a olvidarme

"Bueno espero que les haya gustado mucho. Ahora pónganse la una mano en el corazón y la otra en el bolsillo, y saque unas moneditas, que no le van hacer ningún mal, si es rico, rico queda, y si es pobre, pobre queda. Muchas gracias".

Es Mayra, tiene 10 años.

Son las seis de la mañana y Juan vestido con pantalón azul, camisa negra, una gorra, y unos zapatos tres tallas mas grande, ya esta acomodando los periódicos; se ha tomado una esquina, esa esquina es de él: "Nadie puede vender aquí, solo yo", dice con mucha firmeza. Es que desde hace tres años vende en ese lugar.

Ahora Juan tiene 12 años. Asegura que es el mejor vendedor de periódicos de la ciudad. "Vendo casi 60 hasta las 10 de la mañana, otros no llegan ni a 40". Sonríe y continua: "Después me voy a comer algo y de ahí, me voy a lavar carros, ahí se gana un poco más, pero me quedo hasta bien tarde, a veces ahí no hay trabajo porque llegan bastantes a buscar trabajo, algunos ya son grandotes".

"Oiga señor, compre unos caramelitos, ya ve compre, compre, no sea malo, vea compre estos de miel para que endulce la vida, o estos de menta para que le pase el mal humor, o mejor estos de chocolate para que le de a su novia".

Es Manuel, de siete años, en una bomba de gasolina.

Comienza a caer la tarde, y junto con ella las primeras gotas de lluvia; más tarde caerá una lluvia intensa. Cuatro niños corren a refugiarse debajo de un puente, son niños de la calle, esta es su casa.

Nos dicen que somos mala hierba, y entonces para qué nos cultivaron. Para mí y para miles de niños y niñas trabajadores y de la calle, sobrevivir es el nombre del juego. Soy un niño de la calle. Trabajo vendiendo limones. Pero tengo una familia y un hogar. Soy un niño de la calle. No tengo ni familia ni hogar. Pero tengo una cantidad de amigos. Todos vivimos aquí en la calle. Lustro zapatos.

En todos los pueblos y ciudades, hay niños y niñas como yo. Cuándo vine por primera vez a esta ciudad, No sabía que hacer ni a donde ir. Estuve muy asustado. Pero pronto encontré otros niños como yo y me uní a su jorga. Ahora, ellos son mi familia, compartimos lo que tenemos y nos protegemos uno al otro. Yo no puedo enfermarme, si me enfermo quien me va a curar, para nosotros no hay doctores.

Para mí no hay escuela. Yo si sabia leer, pero ya me olvidado todo. Tenemos que ganarnos la vida como sea, trabajando en lo que sea, si no hay trabajo pedimos caridad, si no nos dan nada, tenemos que robar. Consigo la comida; mendigando en restaurantes, tiendas, pidiendo a los transeúntes, robando y buscando en la basura. Estamos todo el tiempo en peligro, eso nos pone muy nerviosos, cabreados, asustados todo el tiempo. Soñamos en nuestro futuro, pero también sabemos que siempre serán solo sueños.

Caminan escondidos, están por debajo de los puentes, no todos los miran, no todos se dan cuentan, deambulan por todos lados a veces solos, a veces en grupo, son los niños olvidados, los marginados, ausentes, o presencias ausentes como los llamo alguien, son los niños de la calle.

Vivir en las calles, dormir bajo los puentes, en las alcantarillas, en las estaciones de buses, les afecta sicológicamente. Desarrollan un complejo de inferioridad e inseguridad. Aprenden también a desconfiar en los adultos. Su vida está dirigida por la actitud de "aquí y ahora".

Niños que han sido asaltados su niñez. Niños sin protección. Niños que tienen que negociar su existencia, en un mundo adulto lleno de miseria, crímenes, abuso y explotación.

foto Los millones de ecuatorianos que sufren hambre durante la mayor parte del año, los millares de niños que sufren desnutrición necesitan ayuda hoy, no en el futuro; ahora requieren de servicios sociales, eficientes, y de elevada calidad financiados directamente por el Estado, con los fondos generados por su propia riqueza. Mientras tanto nos seguimos preguntando, a igual que los miles de familias ecuatorianas, donde queda la gran alianza en favor de los pobres, de los niños, de las niñas.

La desnutrición y las infecciones, principales causas de mortalidad infantil, afectan la vida de la mitad de los niños menores de cinco años, incapaces de desarrollar plenamente su potencial mental y físico, y que mañana tampoco podrán aportar una contribución plena a una futura familia ni a la comunidad en donde vivan.

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