viernes, 8 de junio de 2007

La Iglesia gay en Argentina

¿Se puede ser homosexual y religioso?
Los cultos cristianos y judíos que genera la discriminación.
Un nuevo movimiento espiritual.

Una estatua de la virgen en la entrada da la bienvenida al templo gay. Adentro, el altar y una gran cruz blanca están rodeados con imágenes de parejas de santos homosexuales. En una esquina se impone un mural con el típico arco iris del "Orgullo" y una pequeña bola espejada estilo disco se mueve, discretamente, en el techo.

"Nosotros no hacemos apología de ninguna orientación sexual", aclara a NOTICIAS el reverendo Roberto González, al frente de la Iglesia de la Comunidad Metropolitana del Centro (IMC), en Buenos Aires. La misión, afirma, es reconciliar a los homosexuales con su religión. Es que, atormentados porque su credo los condena o los quiere "curar", gays, lesbianas, travestis, transexuales y bisexuales (GLTTB) crearon sus propios espacios para profesar su fe.

González fue el pionero en la Argentina. El 30 de noviembre de 1987 celebró la primera misa y un año después creó formalmente el templo, que depende de la sede central de la ICM en Estados Unidos. Fundada por Troy Perry, en 1968, la institución hoy cuenta con más de 300 congregaciones distribuidas en 22 países y con unos 45.000 fieles.

"El pecado no pasa por la sexualidad, sino por la pobreza, la violencia, el abuso", señala el pastor protestante, que en otra época simpatizó con la Teoría de la Liberación. De 60 años, vestido con jeans, camisa negra y cuello blanco, confiesa que "salió del closet" en 1986, cuando estudiaba en el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos. Para entonces, ya había dejado atrás un matrimonio de 16 años y dos hijos.

Los miembros de la ICM, dentro del cristianismo, creen en la Biblia y en la Santísima Trinidad. González dice que ya perdió la cuenta de cuántas personas pasaron por su templo. "La gente va y viene. Nuestra mejor época fue la de Quarracino (cuando era arzobispo de Buenos Aires), porque el viejo abría la boca y se nos llenaba la iglesia", relata. Entre carcajadas y mientras sujeta con una mano la cruz plateada que lleva colgada, recuerda un arrebato en que el cardenal propuso que recluyeran a los homosexuales en una isla.

Hace tres años que la ICM funciona en un departamento en Paraná 157, donde celebran misa todos los domingos, a las 19, hacen reuniones sociales y bendicen parejas. "No rebautizamos. Si hay una persona, como las chicas travestis, que cuando fueron bautizadas no eran las personas que han querido ser definitivamente, eso sí lo hacemos", precisa.

Brazo evangélico

Marcelo Sáenz es ingeniero electromecánico, tiene 47 años y hace tres que fundó Cristianos Evangélicos Gays y Lesbianas de Argentina (CEGLA), un grupo de ayuda para aquellos que son rechazados dentro de sus congregaciones.

"Ayudamos a comprender que la Biblia no condena la homosexualidad. No hay referencias bíblicas que condenen las relaciones serias entre personas del mismo sexo fundamentadas en el amor", explica. La gente llega al grupo angustiada y perturbada. La mayoría son varones y de entre 20 y 40 años, evangelistas, casados y con hijos. "Eso lo hace más difícil. Están terriblemente afectados por la culpa", describe Sáenz.

Desde hace un año, se reúnen todos los viernes en una iglesia metodista que les abrió las puertas. Se acercaron a CEGLA más de 150 personas, a pesar de que tienen obstáculos para difundir su actividad. "Nunca pudimos publicar en un diario evangélico. Hace poco tuvimos problemas con el diario Clarín. Quisimos publicar un aviso y nos dijeron que no porque decía la palabra Biblia. Nos dijeron que se podía publicar en el rubro 59", señala Marco Rossi, de 33 años, pareja de Sáenz.

El objetivo del grupo no es formar una iglesia gay sino transformar las cosas desde adentro y lograr ser aceptados en cada credo. Según Sáenz, actualmente las "iglesias históricas" (anglicanos, luteranos, metodistas) tienen una visión más "abierta", mientras que las evangélicas (pentecostales y bautistas) y la católica, son más duras y cerradas a los cambios.

CEGLA, además, cuenta con el apoyo de la filial argentina de Otras Ovejas (http://www.otrasovejas.org/), un centro internacional de estudios teológicos que produce documentos para demostrar que las Escrituras Sagradas no condenan la homosexualidad.

Identidad judía

En el judaísmo, hay dos grupos que defienden los derechos de diversidad sexual dentro de la comunidad. Judíos Argentinos GLTTB (JAG) nació de cinco amigos que se encontraban para las festividades hasta que se les ocurrió, en marzo del 2004, crear un espacio donde pudieran afirmar su identidad. "Ahora somos más de 300", sostiene Diego Guinecin, de 31, arquitecto y presidente de la organización.

El fin de los encuentros quincenales no es sólo religioso. También realizan actividades culturales educativas y asistenciales. JAG no adhiere a ninguna de las tendencias del judaísmo (ortodoxa, conservadora y reformista), aunque Guinecin reconoce que la corriente reformista da mayor libertad de interpretación y que algunos rabinos se acercaron para dar charlas.

La otra agrupación es Keshet, que significa arco iris, y tiene características similares a las de JAG. Se creó en julio del año pasado, de la mano del arquitecto Germán Vaisman. "Vivir el judaísmo plenamente, sin esconderse ni tener miedo a ser excluido de su comunidad", es uno de los principios, según se destaca en http://www.keshet.com.ar/.

"No" a los curas gays.

En una avanzada para reafirmar su postura, el Vaticano publicó el martes pasado un documento en el que excluye del sacerdocio a los que presenten "tendencias homosexuales profundamente arraigadas" o comulgan con la "cultura gay".

La instrucción de Benedicto XVI, elaborada hace unos tres meses, sostiene que el director espiritual y el confesor del aspirante deben "disuadirlo" de su deseo de ordenarse y que sería "gravemente deshonesto" si un candidato ocultara su identidad sexual sólo para convertirse en sacerdote.

"¿Quién va a dar misa ahora?", preguntó, irónico, Soria, de la Iglesia Cristiana Misionera. Él asegura que vio con sus propios ojos la doble moral sexual dentro del clero, cuando fue durante cuatro años seminarista.

Al igual que los feligreses homosexuales, algunos sacerdotes tampoco soportan la presión que significa pertenecer y predicar en una institución que rechaza lo que son. Un caso resonante en el país fue el de Andrés Gioeni, un joven que se ordenó en el 2000 y que tres años después se declaró gay, se hizo modelo, se dedicó al estudio de la relación entre Iglesia y homosexualidad y publicó el libro "Lucifer: ángel y demonio".

En Europa, el sacerdote español José Mantero protagonizó el destape de hábitos más polémico al salir en la tapa de la revista “Zero” diciendo "Doy gracias a Dios por ser gay".

También la Iglesia Anglicana fue sacudida por el debate sobre la homosexualidad. La designación en el 2003 del primer reverendo gay, Gene Robinson, desató una crisis que casi llega a cisma.

La disyuntiva.

¿Son compatibles religión y homosexualidad? Las opiniones están divididas. Los más creyentes piensan que sí y emprenden la titánica lucha de cambiar las instituciones tradicionales o de abrir sus propios espacios. Otros, más escépticos, se divorciaron definitivamente de los credos, principalmente de la Iglesia Católica, la de mayor influencia en el país.

Para el periodista Osvaldo Bazán, autor del libro "Historia de la homosexualidad en la Argentina" (Editorial Marea - 2004), desde los orígenes del catolicismo comenzó a construirse la homofobia. "Ya en el año 309, en el Concilio de Gangra se aprobaron 87 leyes canónicas, de las cuales el 46 % se refería a prácticas sexuales, lo que demuestra el interés que tenía en legislar sobre sexo", precisa.

Más tarde, la Iglesia condenó las relaciones carnales sin fines de procreación, equiparó al adulterio con la "sodomía", y, a partir del Concilio de Letrán, en 1215, consideró al matrimonio heterosexual y monogámico como sacramento. "El resto era anormal. De ahí a la hoguera hubo sólo un paso. Durante la Inquisición, a los homosexuales directamente los quemaban", relata Bazán.

Hoy, en el siglo XXI, las llamas inquisitoriales ya no arden, pero los lineamientos perduran. "Es incompatible el derecho de vivir en libertad con la pertenencia a una organización retrógrada. Dios es otra cosa. Su franchising quedó en manos de cualquiera", apunta Bazán, quien durante la infancia fue monaguillo "como todo niño gay", según sus palabras.

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