lunes, 27 de agosto de 2007

La homofobia se viste de rojo

El régimen de Fidel Castro no ha levantado el pie del acoso a la comunidad gay de la isla



Luis Margol

Madrid - Lo más fascinante de la izquierda gay española es su esquizofrenia. El establishment «mariprogre» es como una variedad de la pitaya, deliciosa fruta tropical rosa por fuera y roja por dentro. Una variedad de esta deliciosa fruta tropical rosa por fuera y roja por dentro. Si no, ¿cómo explicar la defensa del matrimonio gay para manifestarse después con banderas islamistas o viajar a Argentina a recitar poemas en honor de Ernesto Guevara? Entre las aportaciones del Ché, homófono radical, el tiro de gracia en las nalgas para glorificar la tendencia sexual del fusilado y los campos de reeducación para gays y otros elementos contradictorios con el Nuevo Hombre concebido por su mente preclara.
Muerto el perro, los castristas cejaron en su lucha contra la naturaleza, así que alrededor del año 1970 abandonaron el fútil genocidio gay, trocado en simple homofobia institucionalizada. Entre las hipótesis sobre esta obsesión, el malestar de Fidel por la supuesta homosexualidad de su hermano Raúl, conocido en ambientes entendidos como «La China». La primera autocrítica vino del ministro de Exteriores Pérez Roque, quien en sus declaraciones de 1994 a la prensa norteamericana admitió errores. Sin embargo, la persecución prosiguió, y en 1998 se produjo la célebre redada policial conocida como El Periquitón. Como en Cuba no se permiten bares gays u homófilos, la gente organiza fiestas clandestinas.
La mejor de ellas, llamada El Periquito, fue asaltada por la seguridad del Estado. Los participantes extranjeros tuvieron que abandonar la isla de forma inmediata. Los cubanos sufrieron castigos que oscilaron entre la multa y dos años en prisión. Tampoco existen en la actualidad locales «de ambiente» en la isla. Lo más parecido a eso fue la cafetería FIAT del Malecón, cerrada y reabierta, aunque sus gerentes actuales expulsan a los sospechosos de homosexualismo.
Otra modalidad de acoso son las «recogidas de la mariposa»: una vez a la semana la Policía se dedicaba a arrestar a cualquier hombre que considerase sospechoso de homosexualidad. El desafortunado es llevado a comisaría, y liberado sin cargos tras varias horas. Sin embargo, el registro de los datos del presunto infractor hace sospechar de la existencia de listas negras. Este hecho no parece preocupar al movimiento gay español, más interesado en organizar campañas de apostasía entre los católicos que en solidarizarse con los cubanos.
En los últimos años la represión explícita ha disminuido, aunque los interrogatorios, los traslados a comisaría y los insultos en los medios de comunicación prosiguen. A mí me pidieron los papeles varias veces, y presencié al menos una docena más de hechos de este tipo en los alrededores del Capitolio, donde hay un bar de chaperos frecuentado por negrazos altos y flacos, maleantes y algunos turistas maduros y barrigones en busca de acción. También en la calle Rampa, punto de encuentro para asistir a las fiestas prohibidas. A una de ellas decidí asistir acompañado por un pequeño gangster que me ofrecía protección. Una vez llegados al jardín de la elegante residencia de las afueras y tras observar el panorama fingí haberme quedado sin blanca. Me trasladaron a las cercanías del hotel –los cubanos no pueden entrar–, donde entregué diez pesos a mi protector, le agradecí su gentileza. Aprendida la lección decidí elegir compañías menos venales. Después de encomendarme al Altísimo contacté con varias personas, entre ellas un chico que vive en un apartamento de nueve metros cuadrados con una sola entrada de agua corriente.
También me pusieron al corriente de un hecho que tuvo gran repercusión en la prensa internacional, pero que en Cuba pasó inadvertido. Sucedió el pasado 17 de mayo, Día Internacional contra la Homofobia. Mariela Castro, hija de Raúl y directora del Centro Nacional de Educación Sexual, organizó la proyección de la película de temática lésbica «Boys Don’t Cry». Uno de los aproximadamente cuarenta asistentes me contó que hubo protestas contra la homofobia del régimen y denuncias de abusos, a los que Mariela respondió con frases del tipo: «¿No creen que hace un poco de calor?». Al final, la líder prometió trabajar en pro de la igualdad de derechos.
Mientras tanto, los homosexuales cubanos siguen bajo libertad vigilada y a merced de las supuestas buenas intenciones de la hija de Raúl y a la desgana de las fuerzas de seguridad. No obstante, a veces uno se topa con grupos de jóvenes gays paseando o revoloteando por el centro de la ciudad. Cabeza alta y quintales de dignidad frente a las riadas de insultos y los frecuentes requerimientos de las autoridades.
Si Foucault, gurú de la «mariprogresía», levantara la cabeza y viajase a Cuba, se alegraría al contemplar este despliegue de resistencia pacífica a la opresión. Aunque mejor sería no contarlo, no fuera a ser que algún «mari» abertzale le llamase facha o amenazase con volarle la cabeza.
Más que kilómetros, parece que entre el Malecón y Chueca hubiera años luz. ¿Contactará Zerolo con la Comisión Cubana de Derechos Humanos para ofrecerles apoyo y pedirles que incluyan a los homosexuales en sus listados de presos políticos? ¿Amenazará al régimen con un boicot? ¿Exigirá a Mariela algo más que buenas palabras y sonrisas? ¿Invitará a los homosexuales cubanos a abandonar el país?
En el aeropuerto, una pareja de murcianos residentes en un pueblo de la comarca de Caravaca comenta la suave regañina sufrida en su hotel cuando se les ocurrió preguntar dónde estaban los locales de ambiente de la ciudad. De momento no se casan, y opinan que habría sido mejor minimizar el enfrentamiento causado por la palabra matrimonio usando alguna otra figura jurídica de efectos análogos. Vamos, que la cosa era encontrar un lugar en la mesa, no ponerla patas arriba.
Guste o no a los del arco iris y la estrella roja, la homofobia sigue vistiendo de su color favorito, y ellos igual de daltónicos que siempre. ¡Que Dios les guarde la vista!

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