El fulgurante ascenso de Nick Clegg se mueve entre comparaciones hiperbólicas y un objetivo revolucionario: clavar un rejón de muerte al bipartidismo británico
WALTER OPPENHEIMER
Hace unas semanas, Nick Clegg era un desconocido. Periodista por un tiempo, eurofuncionario unos años, eurodiputado antes de llegar a los Comunes y, enseguida, discreto líder de los liberales-demócratas. Pero, desde que triunfara en el primer debate de las elecciones británicas, unos le llaman el Barack Obama británico.
Hace unas semanas, Nick Clegg era un desconocido. Periodista por un tiempo, eurofuncionario unos años, eurodiputado antes de llegar a los Comunes y, enseguida, discreto líder de los liberales-demócratas. Pero, desde que triunfara en el primer debate de las elecciones británicas, unos le llaman el Barack Obama británico, un sondeo le puso a la altura de Winston Churchill, y sus rivales creen que es, o desean que sea, una burbuja que el 6 de mayo estallará bajo el peso de las urnas. Todas esas comparaciones son sobre todo hijas del acelerado mundo mediático del siglo XXI, pero Nick Clegg puede desatar una revolución si logra su verdadero objetivo: clavar un rejón de muerte al decadente bipartidismo británico.
Mientras el presidente de la Asociación de la Prensa Extranjera le presentaba aludiendo a Churchill y Obama en una reciente comparecencia ante los corresponsales extranjeros en Londres, Clegg lo negaba moviendo la cabeza de derecha a izquierda: "Les advierto que si esperan algo churchiliano u obamiano, se van a llevar una gran decepción", dijo nada más tomar la palabra. El líder liberal está haciendo esfuerzos enormes para que el éxito de estos días no se le suba a la cabeza, entre otras cosas porque ese éxito aún no tiene el respaldo de los votos.
En los últimos días, la prensa tory ha arremetido contra él de forma brutal. Unos, intentando convertir en escandalosa una simple irregularidad: ingresar a través de su cuenta privada donaciones destinadas al partido. Es igual que todas esas donaciones hubieran sido declaradas a la autoridad parlamentaria: lo importante era sembrar la duda sobre su honestidad.
Otros han cuestionado su legitimidad para ser primer ministro británico alegando problemas de RH sanguíneo: su madre es holandesa, su padre es de ascendencia rusa, su esposa es española.
La tercera vía para reventar la burbuja Clegg ha sido vestirle de niño bien. La misma prensa que lleva meses clamando contra la injusticia de que los laboristas utilicen los orígenes aristocráticos y pudientes de David Cameron para intentar desacreditar al líder conservador, retratan ahora a Nick Clegg como un producto del dinero y el elitismo.
"Nick ha tenido la suerte de tener una excelente educación y de crecer en un entorno culto, internacional, muy cosmopolita, muy abierto, pero para nada ha vivido nunca ni ha tenido jamás ese aislamiento social y esa insensibilidad que tienen algunos británicos. Es una persona muy normal y te lo puedes llevar a tomar croquetas, como dice él, a cualquier tasca inmunda de cualquier ciudad y se lo pasa bomba. En ese sentido no es nada exclusivista", explica el diputado socialista español Juan Moscoso.
Moscoso conoció a Clegg y a la que ahora es la esposa del político británico, Miriam González Durántez, hace ya bastantes años, cuando los tres estudiaban en el Colegio Europeo de Brujas, en Bélgica. "Nos vemos todos los años y hablamos a menudo", asegura. Pero esa comunión personal no es plena en el terreno político. "Somos muy amigos y nos queremos mucho pero militamos en dos familias políticas distintas, aunque compartimos muchas cosas y en el Parlamento Europeo el grupo socialista y el liberal-demócrata hacen muchas cosas juntos", matiza.
Esas diferencias políticas no le impiden al diputado del PSOE apreciar las cualidades políticas y personales del líder liberal británico. "Le admiro muchísimo. Me parece que es un político con un perfil y una calidad humana que hace mucha falta no ya en el Reino Unido sino en Europa y en el mundo. Es verdad que era una elección muy abierta, pero se ha producido esa conjunción del momento y de su calidad que le ha llevado incluso a ponerse algunos días el primero en las encuestas", observa Moscoso.
"Tiene una calidad humana, y un perfil y una formación... ¡es que es un tío estupendo! Es increíble lo bien que habla español. Es una persona muy intuitiva, con un don de gentes tremendo, muy amable. Es una persona muy cercana que no va de nada, como decimos en España. Tiene una gran curiosidad por todo. Ha aprendido español con enorme rapidez; habla francés, habla holandés porque su madre es holandesa...", añade.
"En el Colegio Europeo destacaba por su facilidad oratoria, por su simpatía, por su intuición, por su cercanía con todo el mundo. Es un gran conversador, todo lo recuerda. Le gusta todo, la gastronomía, el turismo, la historia de las culturas, la antropología. Es muy profundo también en lo social y se preocupa también de saber qué hay detrás de las cosas: no es nada superficial. Y es también una persona muy llana y muy normal, muy accesible", insiste el diputado del PSOE por Navarra.
El repentino éxito de Nick Clegg tiene mucho que ver con la televisión y con su imagen personal. Por eso sus rivales quieren creer que en el fondo se trata de una burbuja que acabará estallando. Pero eso, que podía parecer cierto en los días que siguieron al primer debate electoral, puede esconder algo mucho más importante. Su éxito, y sobre todo la consolidación de su ascenso, confirmada con su buena actuación en el segundo debate y por la única encuesta publicada después -que deja a conservadores y laboristas como estaban y aumenta en un punto la intención de voto de los liberales- puede ocultar algo mucho más relevante: que la irrupción de Clegg en estas elecciones puede acabar convirtiéndose en una revolución porque amenaza todo el sistema político británico, basado en el bipartidismo.
Esa amenaza no es nueva. Lo que es nuevo es que los británicos empiecen a creer que es posible ponerla en práctica. De consolidarse en las urnas, el éxito de Clegg pondría en cuestión un sistema político que se basa en la existencia de sólo dos partidos de peso. No sólo por la manera en que funciona su sistema electoral, sino incluso por sus símbolos externos. Basta con ver la estructura física misma de la Cámara de los Comunes. No es un hemiciclo orientado hacia el estrado que ocupa el orador: es una habitación rectangular con dos grupos de escaños enfrentados el uno al otro.
Todo en la política británica está pensado para que un partido se haga con el poder absoluto en cada legislatura. Lo único que han de decidir cada cuatro o cinco años los británicos es si dan paso o no a la alternancia. En el siglo XVIII elegían entre tories y whigs; en el XIX, entre tories y liberales; en el XX, entre tories y laboristas. Pero el sistema electoral que facilita ese reparto del poder, de incuestionable legitimidad cuando entre el 80% y el 95% de los británicos votaba por alguno de los dos grandes partidos del momento, entra en aguas pantanosas cuando conservadores y laboristas suman el 60%, como señalan los sondeos de estas elecciones, o se quedan en el 68% que obtuvieron en 2005.
El éxito de Nick Clegg y los liberales-demócratas como síntoma de un rechazo a ese eterno bipartidismo ha sido combatido por los conservadores de David Cameron y por el poder establecido con el mensaje de que lo único bueno para Gran Bretaña es que de las urnas salga un Gobierno fuerte, respaldado por una mayoría absoluta.
Pero empiezan a surgir señales de que el establishment se ha dado cuenta de que quizás estemos ante un cambio revolucionario, ante algo parecido a lo que en Francia equivaldría a una nueva República. "El poder y el pueblo", titulaba ayer su principal editorial el muy tradicionalista The Times. "Este periódico sigue pensando que no es deseable que del 6 de mayo salga un parlamento sin mayoría absoluta", aclara el editorial. Pero añade: "Incluso si la burbuja Clegg estalla en los próximos 13 días, la política ha cambiado de manera fundamental". "Si el voto se divide en tres porciones, la principal virtud del sistema electoral -el hecho de que provoca un resultado claro- quizá ya no sea de aplicación". "La efectiva privación de derechos a una parte de la población exigiría entonces una respuesta. El sistema electoral británico ha servido bien a la nación. Ahora afronta su examen más crítico en las próximas semanas", concluye The Times.
¿Churchill? ¿Obama? ¿Burbuja? ¡Revolución!
Un niño bien
- Nicholas William Peter Clegg nace el 7 de enero de 1967 en Chalfont St Giles, Buckinghamshire. Es el tercero de cuatro hijos. Su padre fue banquero y director de la Daiwa Anglo-Japanese Foundation. Su tatarabuelo paterno, el noble ruso Ignaty Zakrevsky, fue procurador general del Senado en la Rusia imperial. Su tía abuela, la baronesa Moura Budberg, fue escritora. Su madre es Hermance van den Wall Bake, holandesa. Clegg es bilingüe en holandés e inglés y habla francés, alemán y español. En 2000 se casó con la vallisoletana Miriam González Durantez y tienen 3 hijos: Antonio, Alberto y Miguel.
- Clegg fue educado en Caldicott, en el sur de Buckinghamshire, y en la Escuela de Westminster de Londres. En la Universidad de Cambridge estudió Arqueología y Antropología. Después logró una beca para estudiar en la Universidad de Minnesota durante un año, donde escribió una tesis sobre la filosofía política del movimiento de la Ecología Profunda. Luego se mudó a Nueva York, donde trabajó como pasante en la revista de izquierdas The Nation.
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