Panorama nacional
De la Fundación LA NACION
La gente se amontona en la entrada de la Asociación Corazones Abiertos, de San Martín, en el conurbano bonaerense, a metros de la Villa Hidalgo. Para muchos, la que allí reciben representa la única comida del día, ésa que estiran para engañar al estómago cuando llega la noche. La escena devela una realidad que se ha convertido en una paradoja dolorosa: en los últimos meses, las manos que claman por alimentos se multiplican mientras escasean los panes y los peces para repartir.
Así lo respaldan las recientes cifras publicadas por el Observatorio de la Deuda Social Argentina, que indican que en la actualidad, el 7,2% de los hogares argentinos padece riesgo alimentario severo (contra el 4,7% del 2008), y las ONG que brindan asistencia alimenticia y funcionan como un claro termómetro social. Una encuesta realizada por la Red Argentina de Bancos de Alimentos- en el mes de mayo - entre 210 organizaciones beneficiarias (comedores de día, hogares, comedores escolares, entre otras), reveló que el 81% ha observado un incremento en la demanda de alimentos en los últimos seis meses, aunque sólo un 56% señala haber podido ofrecer una respuesta satisfactoria.
Otros datos indican que el 98% de las organizaciones percibió un incremento en el precio de los alimentos, y el 63% afirma haber sufrido una disminución en sus recursos en el mismo período. "Más de la mitad de los comedores reciben ayuda del Estado, y lo que vemos es que están atrasados con los pagos. Hay que tener en cuenta que casi la totalidad de estas instituciones, además de dar de comer, son grandes centros de contención que brindan servicios de salud, educación y capacitación", dice Alfredo Kasdorf, presidente de la Red Argentina de Banco de Alimentos.
Por su parte, Juan Carr, titular de la Red Solidaria, expone un panorama desgarrador. "Existen 2,3 millones de indigentes que no tienen garantizada la comida. O la salen a buscar o esperan que alguien se las dé", declara. Según sus cálculos, en la Argentina, una de cada 5 personas no puede comprar lo que necesita comer, ocho niños mueren por día por desnutrición y durante 2008 se sumaron 800.000 nuevos pobres a los 7 millones existentes en 2007.
A diez días de la exhortación del papa Benedicto XVI a realizar un "esfuerzo solidario" para reducir "el escándalo de la pobreza y la inequidad social", la cruzada que realizan los 1832 comedores y escuelas -según el sitio Rutas Solidarias- desde donde se combate el hambre, no parece ser suficiente.
En la Villa Hidalgo, los chicos se abrigan como pueden, mientras los perros revolotean con la esperanza de robar algunas sobras. El fantasma de la muerte - disfrazado de gripe A - vaga por los rincones del barrio, buscando su próxima víctima. Sin quererlo, todos saben que puede ser fatal: ya se llevó a una beba de un mes y 3 días y a otra de 8 meses, que concurrían a esta fundación.
Tras esta tragedia, Corazones Abiertos -como la mayoría de los comedores- decidió repartir viandas para evitar la concentración de gente. Con el comienzo de las clases, esta situación empezó a regularizarse. "El panorama es crítico. Muchas personas que hace unos meses vinieron a decirme que habían conseguido una changuita y que le dejaban sus lugares a otros en el comedor, hoy vuelven y con más bocas para alimentar", dice Amalia Bazán, responsable del comedor, mientras sus manos no dejan de repartir platos con guiso de fideos con verduras y chocolates de postre.
Rosario es una de las tantas personas que este mediodía llega a buscar comida. Sus pies conocen de memoria el recorrido de su casa en la villa hasta Corazones Abiertos, porque lo vienen haciendo durante los últimos diez años. Tiene seis hijos, está desempleada y se mantiene únicamente con los alimentos que recibe del comedor y con alguna ayuda que le dan sus hijas. "Vengo desde que abrió el comedor a almorzar con mis hijos, menos cuando estoy enferma", cuenta, mientras aclara que los últimos días no estuvo yendo porque estaba saliendo de un resfrío.
Saluda a los voluntarios del comedor como si fueran de la familia, les cuenta cómo están sus hijos, mientras le van llenando unos tupers grandes con comida. Antes de partir pide además una leche en polvo, que le entregan enseguida. "Les tenemos que dar la comida sin los paquetes, porque si no la venden", explica Amalia, que ya conoce todos los vicios de la pobreza.
Video: debate: la situación de la pobreza en la Argentina
Desigualdad
La alimentación es la madre de la desigualdad. Día a día, generaciones de argentinos siguen padeciendo las consecuencias de no ingerir los nutrientes necesarios, acentuadas por otros factores que conforman su realidad cotidiana: viviendas precarias, falta de servicios públicos básicos (agua, cloacas, gas de red), trabajos informales y bajo nivel educativo.
En base a datos de SEL Consultores, de cada 4 personas que lograron salir de la pobreza entre 2003 y 2006, una volvió a caer en 2007. Estas son las personas que necesitan urgentemente ayuda. "Estamos en una situación de desigualdad parecida a la de 20 años atrás. Hemos logrado superar el pico de la crisis, pero no hemos logrado remover las bases de la desigualdad. Este modelo de recuperación rápida del empleo sirvió para salir de la crisis pero no para resolver los problemas de base, como la disminución de la indigencia", explica Ernesto Kritz, director de la consultora.
Esta situación se repite en cada rincón del país donde el hambre se ha instalado hace demasiadas décadas para quedarse. El duro invierno que cada vez pisa más fuerte, la amenaza latente de la gripe A, la inflación que diluye los sueldos y los efectos de la crisis dan cuenta del agravamiento de las condiciones de pobreza en el país, y llevan a que las miles de familias vean comprometido su futuro.
Amalia recuerda cuando hace diez años abrió las puertas del comedor Corazones Abiertos, para contener alrededor de 100 chicos del barrio. A los tres meses, la urgencia se había colado por todas las hendijas y ya tenía 300 beneficiarios. "Hay chicos que viven en la villa, pero que si uno les da la oportunidad, ellos la aprovechan. Algunos estudian e incluso reciben premios", dice Amalia, que se apasiona cuando habla de las complicaciones en su trabajo, de la angustia de tener que depender de los subsidios y las donaciones. Se le llenan los ojos de lágrimas cuando cuenta que los chicos le piden irse a vivir con ella, o le dicen que tienen frío, o que no tienen para comer. "No deberían existir más planes sociales ni comedores. Hay que enseñarle a la gente a trabajar", concluye.
Y esto es justamente lo que hizo con Elsa, una señora encorvada, con sonrisa generosa y la piel arrugada. Hace ocho años andaba empujando su carrito, con el ojo negro porque la habían golpeado. El destino la llevó a tocar la puerta de este comedor y que la sonrisa de Amalia saliera a su encuentro. "Yo pasaba para ver si me podía ayudar con algo. Ay, nena. Qué mugre tenés , me dijo." Y la mandó a bañar enseguida. En ese momento, Elsa había encontrado un hogar. Amalia le consiguió un lugar donde vivir y la puso atrabajar en el comedor, donde todavía hoy regala su frescura.
Una gran red solidaria
El Comedor Los Bajitos está ubicado en el barrio Los Troncos del Talar, en el Municipio de Tigre, provincia de Buenos Aires. Según datos del último censo, el barrio concentra una población de 35.000 personas, que no poseen servicios de cloacas y tienen desagües a cielo abierto, con un alto índice de contaminación ambiental.
Los Bajitos se originó como consecuencia la crisis que vivió el país en el 2001, el consecuente crecimiento de la desocupación y la dificultad de las familias de acceder a los bienes básicos. Comenzaron a cocinar en la casa de una vecina, Cristina Gerez, a la que al principio concurrían 75 niños y niñas, y que en dos meses llegaron a ser 485, incorporándose también algunos padres. Cristina Gerez, la dueña de casa afirma que "a lo largo de los años el pedido de alimentos bajó, pero este año estamos atendiendo a 230 chicos y también abuelos. En el comedor hay muchos chicos con bajo peso, que son derivados por los pediatras de la salita, que además de almorzar, vienen a tomar la leche".
Carr es un entusiasta de lo posible y también de lo imposible. Por eso, junto a distintas organizaciones sociales, está empezando a conformar la receta para que todas las personas tengan comida en su mesa. "Un solo pobre para mí es una catástrofe. Lo que digo es que por lo menos hay 8 millones de personas que no tienen garantizada la salud, la vivienda, la educación ni el trabajo", se lamenta.
La iniciativa impulsada por la Red Solidaria, Cáritas parroquiales, el Centro de Lucha Contra el Hambre, dependiente de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires, y el proyecto Pro Huerta del INTA busca reducir a la mitad el número de personas que padecen hambre hacia 2016 y llegar al denominado Hambre cero en 2020.
"Queremos producir alimentos para los que tienen menos recursos y también abrir una corriente de profesionales que luchen contra el hambre desde el mundo académico, que es el que puede dar buenas respuestas. Esto quiere decir, profesionalizar la lucha contra el hambre", explica Carr.
La primera etapa del plan consiste en tratar de unificar los programas de lucha contra el hambre, la desnutrición y la pobreza tanto públicos como privados, así como organizar una sala de situación que consistiría en declarar el hambre como una epidemia que hay que monitorear constantemente.
"O se produce una megacampaña entre todos o es imposible que un sector de la sociedad termine con el hambre", concluye Carr.
Otra iniciativa que brota desde las entrañas de la comunidad para terminar con la exclusión es el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo, red de 400 organizaciones populares que lidera la lucha contra el hambre, presidida por Alberto Morlachetti.
Bicicleteadas, pesebres vivientes, marchas que cruzan las cicatrices de la pobreza convierten al movimiento en una fuerte referencia simbólica y ayudan a morigerar la represión contra niños y jóvenes.
Sea Corazones Abiertos, Los Bajijos o cualquier otro comedor, la realidad nos muestra que la emergencia alimenticia es cada vez más urgente y alarmante.
Las ONG que brindan asistencia alimentaria dan cuenta de la situación de emergencia que se está viviendo en el país. Declaran que cada vez más personas ingresan en la pobreza y se acercan por un plato de comida
Por Micaela UrdinezDe la Fundación LA NACION
La gente se amontona en la entrada de la Asociación Corazones Abiertos, de San Martín, en el conurbano bonaerense, a metros de la Villa Hidalgo. Para muchos, la que allí reciben representa la única comida del día, ésa que estiran para engañar al estómago cuando llega la noche. La escena devela una realidad que se ha convertido en una paradoja dolorosa: en los últimos meses, las manos que claman por alimentos se multiplican mientras escasean los panes y los peces para repartir.
Así lo respaldan las recientes cifras publicadas por el Observatorio de la Deuda Social Argentina, que indican que en la actualidad, el 7,2% de los hogares argentinos padece riesgo alimentario severo (contra el 4,7% del 2008), y las ONG que brindan asistencia alimenticia y funcionan como un claro termómetro social. Una encuesta realizada por la Red Argentina de Bancos de Alimentos- en el mes de mayo - entre 210 organizaciones beneficiarias (comedores de día, hogares, comedores escolares, entre otras), reveló que el 81% ha observado un incremento en la demanda de alimentos en los últimos seis meses, aunque sólo un 56% señala haber podido ofrecer una respuesta satisfactoria.
Otros datos indican que el 98% de las organizaciones percibió un incremento en el precio de los alimentos, y el 63% afirma haber sufrido una disminución en sus recursos en el mismo período. "Más de la mitad de los comedores reciben ayuda del Estado, y lo que vemos es que están atrasados con los pagos. Hay que tener en cuenta que casi la totalidad de estas instituciones, además de dar de comer, son grandes centros de contención que brindan servicios de salud, educación y capacitación", dice Alfredo Kasdorf, presidente de la Red Argentina de Banco de Alimentos.
Por su parte, Juan Carr, titular de la Red Solidaria, expone un panorama desgarrador. "Existen 2,3 millones de indigentes que no tienen garantizada la comida. O la salen a buscar o esperan que alguien se las dé", declara. Según sus cálculos, en la Argentina, una de cada 5 personas no puede comprar lo que necesita comer, ocho niños mueren por día por desnutrición y durante 2008 se sumaron 800.000 nuevos pobres a los 7 millones existentes en 2007.
A diez días de la exhortación del papa Benedicto XVI a realizar un "esfuerzo solidario" para reducir "el escándalo de la pobreza y la inequidad social", la cruzada que realizan los 1832 comedores y escuelas -según el sitio Rutas Solidarias- desde donde se combate el hambre, no parece ser suficiente.
En la Villa Hidalgo, los chicos se abrigan como pueden, mientras los perros revolotean con la esperanza de robar algunas sobras. El fantasma de la muerte - disfrazado de gripe A - vaga por los rincones del barrio, buscando su próxima víctima. Sin quererlo, todos saben que puede ser fatal: ya se llevó a una beba de un mes y 3 días y a otra de 8 meses, que concurrían a esta fundación.
Tras esta tragedia, Corazones Abiertos -como la mayoría de los comedores- decidió repartir viandas para evitar la concentración de gente. Con el comienzo de las clases, esta situación empezó a regularizarse. "El panorama es crítico. Muchas personas que hace unos meses vinieron a decirme que habían conseguido una changuita y que le dejaban sus lugares a otros en el comedor, hoy vuelven y con más bocas para alimentar", dice Amalia Bazán, responsable del comedor, mientras sus manos no dejan de repartir platos con guiso de fideos con verduras y chocolates de postre.
Rosario es una de las tantas personas que este mediodía llega a buscar comida. Sus pies conocen de memoria el recorrido de su casa en la villa hasta Corazones Abiertos, porque lo vienen haciendo durante los últimos diez años. Tiene seis hijos, está desempleada y se mantiene únicamente con los alimentos que recibe del comedor y con alguna ayuda que le dan sus hijas. "Vengo desde que abrió el comedor a almorzar con mis hijos, menos cuando estoy enferma", cuenta, mientras aclara que los últimos días no estuvo yendo porque estaba saliendo de un resfrío.
Saluda a los voluntarios del comedor como si fueran de la familia, les cuenta cómo están sus hijos, mientras le van llenando unos tupers grandes con comida. Antes de partir pide además una leche en polvo, que le entregan enseguida. "Les tenemos que dar la comida sin los paquetes, porque si no la venden", explica Amalia, que ya conoce todos los vicios de la pobreza.
Video: debate: la situación de la pobreza en la Argentina
Desigualdad
La alimentación es la madre de la desigualdad. Día a día, generaciones de argentinos siguen padeciendo las consecuencias de no ingerir los nutrientes necesarios, acentuadas por otros factores que conforman su realidad cotidiana: viviendas precarias, falta de servicios públicos básicos (agua, cloacas, gas de red), trabajos informales y bajo nivel educativo.
En base a datos de SEL Consultores, de cada 4 personas que lograron salir de la pobreza entre 2003 y 2006, una volvió a caer en 2007. Estas son las personas que necesitan urgentemente ayuda. "Estamos en una situación de desigualdad parecida a la de 20 años atrás. Hemos logrado superar el pico de la crisis, pero no hemos logrado remover las bases de la desigualdad. Este modelo de recuperación rápida del empleo sirvió para salir de la crisis pero no para resolver los problemas de base, como la disminución de la indigencia", explica Ernesto Kritz, director de la consultora.
Esta situación se repite en cada rincón del país donde el hambre se ha instalado hace demasiadas décadas para quedarse. El duro invierno que cada vez pisa más fuerte, la amenaza latente de la gripe A, la inflación que diluye los sueldos y los efectos de la crisis dan cuenta del agravamiento de las condiciones de pobreza en el país, y llevan a que las miles de familias vean comprometido su futuro.
Amalia recuerda cuando hace diez años abrió las puertas del comedor Corazones Abiertos, para contener alrededor de 100 chicos del barrio. A los tres meses, la urgencia se había colado por todas las hendijas y ya tenía 300 beneficiarios. "Hay chicos que viven en la villa, pero que si uno les da la oportunidad, ellos la aprovechan. Algunos estudian e incluso reciben premios", dice Amalia, que se apasiona cuando habla de las complicaciones en su trabajo, de la angustia de tener que depender de los subsidios y las donaciones. Se le llenan los ojos de lágrimas cuando cuenta que los chicos le piden irse a vivir con ella, o le dicen que tienen frío, o que no tienen para comer. "No deberían existir más planes sociales ni comedores. Hay que enseñarle a la gente a trabajar", concluye.
Y esto es justamente lo que hizo con Elsa, una señora encorvada, con sonrisa generosa y la piel arrugada. Hace ocho años andaba empujando su carrito, con el ojo negro porque la habían golpeado. El destino la llevó a tocar la puerta de este comedor y que la sonrisa de Amalia saliera a su encuentro. "Yo pasaba para ver si me podía ayudar con algo. Ay, nena. Qué mugre tenés , me dijo." Y la mandó a bañar enseguida. En ese momento, Elsa había encontrado un hogar. Amalia le consiguió un lugar donde vivir y la puso atrabajar en el comedor, donde todavía hoy regala su frescura.
Una gran red solidaria
El Comedor Los Bajitos está ubicado en el barrio Los Troncos del Talar, en el Municipio de Tigre, provincia de Buenos Aires. Según datos del último censo, el barrio concentra una población de 35.000 personas, que no poseen servicios de cloacas y tienen desagües a cielo abierto, con un alto índice de contaminación ambiental.
Los Bajitos se originó como consecuencia la crisis que vivió el país en el 2001, el consecuente crecimiento de la desocupación y la dificultad de las familias de acceder a los bienes básicos. Comenzaron a cocinar en la casa de una vecina, Cristina Gerez, a la que al principio concurrían 75 niños y niñas, y que en dos meses llegaron a ser 485, incorporándose también algunos padres. Cristina Gerez, la dueña de casa afirma que "a lo largo de los años el pedido de alimentos bajó, pero este año estamos atendiendo a 230 chicos y también abuelos. En el comedor hay muchos chicos con bajo peso, que son derivados por los pediatras de la salita, que además de almorzar, vienen a tomar la leche".
Carr es un entusiasta de lo posible y también de lo imposible. Por eso, junto a distintas organizaciones sociales, está empezando a conformar la receta para que todas las personas tengan comida en su mesa. "Un solo pobre para mí es una catástrofe. Lo que digo es que por lo menos hay 8 millones de personas que no tienen garantizada la salud, la vivienda, la educación ni el trabajo", se lamenta.
La iniciativa impulsada por la Red Solidaria, Cáritas parroquiales, el Centro de Lucha Contra el Hambre, dependiente de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de Buenos Aires, y el proyecto Pro Huerta del INTA busca reducir a la mitad el número de personas que padecen hambre hacia 2016 y llegar al denominado Hambre cero en 2020.
"Queremos producir alimentos para los que tienen menos recursos y también abrir una corriente de profesionales que luchen contra el hambre desde el mundo académico, que es el que puede dar buenas respuestas. Esto quiere decir, profesionalizar la lucha contra el hambre", explica Carr.
La primera etapa del plan consiste en tratar de unificar los programas de lucha contra el hambre, la desnutrición y la pobreza tanto públicos como privados, así como organizar una sala de situación que consistiría en declarar el hambre como una epidemia que hay que monitorear constantemente.
"O se produce una megacampaña entre todos o es imposible que un sector de la sociedad termine con el hambre", concluye Carr.
Otra iniciativa que brota desde las entrañas de la comunidad para terminar con la exclusión es el Movimiento Nacional Chicos del Pueblo, red de 400 organizaciones populares que lidera la lucha contra el hambre, presidida por Alberto Morlachetti.
Bicicleteadas, pesebres vivientes, marchas que cruzan las cicatrices de la pobreza convierten al movimiento en una fuerte referencia simbólica y ayudan a morigerar la represión contra niños y jóvenes.
Sea Corazones Abiertos, Los Bajijos o cualquier otro comedor, la realidad nos muestra que la emergencia alimenticia es cada vez más urgente y alarmante.
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