miércoles, 3 de octubre de 2007

El grito doloroso de las mujeres castradas

Es difícil encontrar una imagen más aterradora que la amputación del clítoris con una navaja o un trozo de vidrio, sin la más mínima anestesia. Se trata de la ablación genital femenina, una práctica que afecta anualmente a dos millones de niñas entre cuatro y 12 años y que varios países, principalmente africanos, están luchando por erradicar.

Tenía doce años cuando mi abuela me dijo que iríamos al río para realizar una ceremonia de iniciación. Yo era muy pequeña y no tenía ni idea de lo que iba a pasarme. Llegamos a un lugar escondido entre unos matorrales, junto al río. Fui desvestida. Me taparon los ojos y me quitaron la ropa completamente. Fui obligada a tumbarme. Cuatro mujeres sujetaban mis extremidades, mientras otra se sentaba en mi pecho para evitar que me moviera. Me colocaron un trozo de tela en la boca, y entonces... me cortaron. El dolor era insoportable. Como me resistía e intentaba levantarme, perdí mucha sangre. Por supuesto, no me dieron ningún tipo de anestesia ni calmante para el dolor. La operación me produjo una hemorragia que me provocó una fuerte anemia. Durante mucho tiempo, cada vez que orinaba me dolía. A veces trataba de aguantar las ganas, por el miedo que me producía el dolor. Sufrí también infecciones vaginales. El corte me lo hicieron con una simple navaja”. Este es el testimonio de Hannah Koroma, una mujer de Sierra Leona que fue víctima de la mutilación de sus genitales femeninos o ablación, práctica que afecta anualmente a dos millones de niñas, entre cuatro y 12 años, en todo el mundo y que desde hace décadas es el foco de numerosas campañas de derechos humanos que buscan su erradicación.

De hecho, gracias al trabajo de grupos internacionales, Senegal encabeza en la actualidad la cruzada mundial contra la castración femenina. Las autoridades de este país, donde más de un millón de mujeres y niñas ha sufrido esta cruel mutilación, se han propuesto eliminarla por completo antes de 2005.

Alrededor de 710 pueblos y ciudades de Senegal, que en conjunto representan el doce por ciento de la población del país, han declarado oficialmente el abandono de la ablación, según reconoció Molly Melching, presidenta de la organización Tostan, que trabaja en conjunto con la Asociación de Mujeres de Malicounda Bambara, localidad pionera en rechazar públicamente la cruel práctica y denunciarla ante la comunidad internacional.

Sin embargo, se necesitaron dos años y un programa de sensibilización sobre reproducción y enfermedades genitales, para que Tostan (solidaridad en idioma wolof) pudiera convencer a las mujeres de Malicounda. La asociación femenina declaró finalmente en 1997 a los medios de comunicación su decisión de no permitir nunca más que sus hijas fueran sometidas a la mutilación genital, identificada como la causa de graves dolencias físicas de muchas mujeres que han debido pasar por ese tormento. Ese fue el caso de Lala Diarra: “El dolor es terrible, porque la operación se hace sin anestesia, con un cuchillo de cocina, una hoja de afeitar o incluso un pedazo de vidrio.

Tenemos que soportar el dolor sin llorar. No podemos gritar para no convertirnos en la vergüenza de la familia. Esto sin hablar de las infecciones a menudo mortales”. En junio pasado, 285 localidades de la región sureña de Kolda repitieron el valiente gesto y se prevé que durante 2003 se alzarán nuevas voces de rechazo.

QUÉ ES LA ABLACIÓN

La ablación genital femenina consiste en la amputación de parte de los órganos genitales de la mujer o de todos ellos.

Esta costumbre tiene su origen en la creencia de que la mutilación frena el deseo sexual y garantiza la fidelidad de la mujer a su marido. Paradójicamente es llevada a cabo por otras mujeres del grupo, quienes se encargan de preservar la tradición que ellas también debieron cumplir.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), al menos 140 millones de mujeres y niñas en todo el mundo han sido obligadas por las costumbres tradicionales de sus comunidades a someterse a la ablación de sus genitales externos. Además de no surtir el efecto deseado, la intervención conlleva con frecuencia infecciones, hemorragias, la posibilidad de transmisión de enfermedades, incluido el SIDA, esterilidad e incluso la muerte, debido a la falta de higiene con que se realiza. Se lleva a cabo sin anestesia, por lo que las víctimas sufren mucho dolor e incluso pérdida del conocimiento. Otras mueren durante o poco tiempo después de la intervención.

Las consecuencias a largo plazo de esta mutilación van desde problemas menstruales, quistes e infecciones crónicas de la pelvis hasta la infertilidad. Los expertos creen que entre un 15% y un 20% de las mujeres mutiladas no puede tener hijos. Psicológicamente provoca estados de ansiedad, depresión y ataques de pánico.

EL EJEMPLO DE SENEGAL

Según la presidenta de Tostan, Molly Melching, -una estadounidense que habla varios idiomas nativos senegaleses- entre marzo y abril próximos se espera una proclamación oficial del abandono de la ablación por parte de asociaciones de mujeres en 57 pueblos de la región oriental de Tambacounda y en otros 67 del área central de Kaolack.

“La estrategia de Tostan está basada en un profundo respeto de las costumbres africanas y no trata de criticar o denunciar la práctica, sino de explicar, a partir de las propias experiencias de las comunidades, como ésta perjudica gravemente la salud física y mental de las niñas”, comentó Melching.

Para luchar contra la ablación genital femenina, el Estado senegalés promulgó en enero de 1999 una ley que castiga con hasta cinco años de cárcel a quienes la sigan practicando. Sin embargo, y pese a varias condenas dictadas por los tribunales y a las campañas de sensibilización, algunas comunidades persisten en conservar lo que consideran “un elemento fundamental” de su cultura y tradición.

Leyes contra una cultura demasiado arraigada

Según los informes esta práctica está extendida en 28 países de África así como en algunas comunidades de Oriente Medio, Asia y en grupos procedentes de estas comunidades que viven en Europa o América.

La ablación es anterior a la llegada del Islam y de la colonización europea en África. El libro Tortura y Malos Tratos a Mujeres, de Amnistía Internacional, indica que en Tanzania, donde más del 85% de las mujeres rurales ha sido mutiladas, se promulgó en 1998 una ley que tipificaba como delito su aplicación en mujeres menores de 18 años, aunque se adoptaron pocas medidas más para frenar la práctica. De hecho es sabido que algunas personas llevan las niñas a Kenia para realizar ahí la mutilación.

El caso de Yibuti es similar. Este país cuenta con una legislación (1994) que la condena con cinco años de cárcel, pese a lo cuál la castración femenina sigue siendo habitual, lo que ha dejado en claro que las sanciones penales no tienen mayor efecto sin un trabajo a nivel educativo.

Por ejemplo, varios grupos étnicos, como los masais y los chaggas, consideran la ablación genital femenina como un legado importante y necesario para ser aceptados tras la muerte por los espíritus de los antepasados. Activistas de DD.HH. han promovido un experimento entre los masais en el que se mantienen las ceremonias de iniciación, pero sin que se lleve a cabo la mutilación en sí.

Las campañas de persuasión han logrado reducir significativamente la practica en Guinea, donde en agosto del 2000, después de 14 años de campaña, entregaron sus cuchillos ceremoniales cientos de mujeres que se dedicaban tradicionalmente a realizar la operación.

En cuanto a los países occidentales, donde se practica en forma reciente y minoritaria, la ablación genital femenina está penalizada como ataque a la integridad física dentro del Código Penal, como es el caso de España. También es legal en EE.UU, Canadá, Nueva Zelanda, Australia y Europa, donde también es practicada por algunos inmigrantes africanos.

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