miércoles, 3 de octubre de 2007

Cubrimos la final del Mundial Gay… (y nunca entendimos nada)

Leandro Fogliatti



Si, ya se. Una nota más sobre la final del Mundial Gay… pero como no pretendíamos hacer una nota con más de lo mismo, me encajaron hacer una nota personal, sobre mi visión de la final en cuestión. Yo, como escritor de Bola de Espejos, soy eso, solo escritor, no relator de fútbol. Así que lo llevé a Esteban (Rico, traductor y columnista de esta misma web, además de ser mi pareja) e intentamos hacer algo ameno, aunque ninguno de los dos tiene la más remota idea de cómo se juega al fútbol. Es decir, queremos que quede bien claro: NOS ENCAJARON esta cobertura. Ahora pasemos a lo que nos compete.

Sábado 29 de septiembre, 10.30 de la mañana, arribamos puntuales al estadio Defensores de Belgrano. Encaramos por una puerta y por la misma rebotamos; “sólo jugadores”, nos dicen sin preguntar nada, guiándose por nuestras apariencias nomás. Probamos en la puerta siguiente. Ahí sí. Exhibimos nuestros “Press Pass”: Esteban Rico (correcto), Leandro Fagliatti (en lugar de Fogliatti; ¡siempre hay algún problema con mi apellido!). Así y todo, nos guían a través de interminables escaleras de cemento hasta las cabinas de prensa, una suerte de sarcófagos vidriados, pequeños saunitas, en donde empiezo a desarrollar una incipiente claustrofobia. Claro, ese lugar es más o menos apropiado para el que entiende el juego. Pero nosotros, que no podemos hablar de fútbol, pensamos entrevistar a la gente, a los jugadores, etc. ¡Es primavera y queremos socializar! Para colmo de males, vemos que la platea se empieza a poblar de cámaras y micrófonos. ¡Epa! ¿Por qué ellos sí y nosotros no? Nada peor que una marica indignada. En esas condiciones bajo las cada vez más largas escaleras de cemento.

Prensa vs. Organizadores

Dos amables policías me indican que para lograr mi objetivo debo hablar con el encargado de seguridad. ¿Quién es? ¿Dónde está? Un esbelto y delgado muchacho de traje negro y anteojos intelectuales se acerca. Le comento la situación. Le pido acceso a la platea. “No”, es la respuesta.

Al borde del paro cardíaco vuelvo a subir las escaleras. Esteban está revisando una silla de la cabina que tiene el asiento desprendido y casi lo deja en el piso. Decidimos empezar a trabajar allí. Por el vidrio vemos que dos equipos salen a la cancha. Uno con camisetas rojas y el otro con camisetas blancas (pero con unas medias naranja flúo que te la voglio dire). Ignoramos a qué países representan. Recorro otras cabinas para averiguar, para conseguir un fixture. No se crean que los otros “periodistas” sabían mucho más que nosotros. Finalmente doy con un fotógrafo extranjero (rubio, lampiño) que me cuenta que se trata de West Hollywood (EEUU), los blancos, contra los Titans (Inglaterra), los rojos.

Regreso a mi cabina y trato de concentrarme en el juego. No lo consigo. Le comento a Esteban que estoy desilusionado del físico de los futbolistas, que prefiero a los rugbiers. Pero me interrumpo cuando veo al fotógrafo rubio-lampiño en la platea, junto con otros periodistas que hasta hace un minuto estaban en las cabinas. Too much! Bajo las escaleras una vez más. Persigo al de Seguridad. Insisto. Lo acoso. Finalmente accede, sotto voce, off the record, pacto de sangre, etc., etc. ¡Pero dejate de joder, si toda la prensa ya está en la platea!



Cultura Gay vs. Cultura Futbolera

Por fin, estamos instalados en donde queríamos, codo a codo con TVR, TVE, TELEFE, CRÓNICA TV, etc. Nos preparamos para prestar atención a los 20 minutos finales del partido. Imposible. Estamos más cerca y me doy cuenta de que el físico de los jugadores no está tan mal después de todo. Los veo más grandes, más corpulentos… ¡Qué buenas piernas que tienen los ingleses!

“¡Mové la cadera, negra!”, grita en español algún fan motivado, no sabemos a qué jugador. “¡Ladrona!”, otro retruca eufórico, tampoco supimos a quién. Mientras tanto, un vendedor de gaseosas les recomienda a unos jugadores mexicanos que visiten la zona roja.

Aprovecho que estoy al lado de un camarógrafo (al que supongo hétero) y le pregunto: “¿Notás alguna diferencia de estilo entre el fútbol convencional y el fútbol gay?” El amable chonguito me dice que en principio no, pero después lo piensa y agrega que lo que estamos viendo no tiene la “agresividad” del fútbol convencional, que es un juego muy respetuoso. Interesante. Pero no podemos profundizar en el tema porque un espectador se interpone y le grita a otro: “¡Pasame el Hawaiian Tropic, nena, que me voy a insolar!” ¿Esto también ocurrirá en las tribunas de los partidos convencionales?

Silbato. Final del partido. Resultado 0 – 0. Penales. Es interesante ver cómo mi amigo el camarógrafo se va entusiasmando a medida que se define el partido. Evidentemente, el fútbol no distingue sexualidades (¡Voy por el bronce!). El tercero es el penal que ataja el arquero de EE.UU., lo que termina definiendo el 5-4 que deja al West Hollywood en el 3º puesto del campeonato, con placa y todo. Congratulations!

Cámaras, glamour y show

Las cámaras y los micrófonos se multiplican a medida que se acerca la hora del partido final. Sin embargo, camarógrafos y periodistas lucen aburridos, aplastados bajo el sol y el tedio de una jornada de trabajo más, con un semblante que expresa entre bostezos: “ya nada puede sorprenderme”. Error. De pronto, todos se despiertan y corren a recibirlas con flashes y micrófonos de todos los tamaños. Es que las porristas travestis oficiales del mundial han tenido la deferencia de acercarse hasta la platea y ahora posan sensualmente, ataviadas con sus diminutos soleritos celestes y rosas, y sacudiendo llamativas porras en composé.

Un tal Diego protesta porque la prensa ha invadido la platea, hasta que alguien le avisa que en Clarín hay una foto de su espalda. A partir de ese momento, la espalda gay más famosa de Buenos Aires ama incondicionalmente a la prensa. A lo lejos, un jugador uruguayo da cámara sin soltar el porongo (el mate, se entiende). En fin, todos nos hacemos notas entre todos. Hasta nosotros somos entrevistados por un canal de Uruguay, ante el cual confesamos no entender nada de fútbol. Mientras tanto, mi amigo el camarógrafo envidia la tecnología de su par de la TVE, que parece ser el medio mejor preparado; incluso cuentan con una pantalla refractora para realzar la luz de la galleguita que cubre el evento.

A todo esto se acercan las inquietas mosquitas de CQC. Pero cambian de idea y deciden ubicarse en el medio de la hinchada inglesa, para gritarles un gol argentino en la cara. Incorregibles.

La gran final

Esteban decide que no podemos ver dos partidos seguidos en una cancha sin comernos un típico choripan futbolero. Así que se larga a la búsqueda. Yo me quedo solo, pero de pronto me veo rodeado de la selección uruguaya. Alejandro (autodefinido como “la tesorera del seleccionado”) se hace amigo rápidamente y me convida con mates y bananitas de chocolate marca “Celositas”. ¡Gracias por todo, Ale!

Equipos extranjeros alientan por Argentina. “¡O-óus, O-óus!”, dicen, y tardamos un rato en darnos cuenta que lo que están diciendo es “¡Dogós! ¡Dogós!” Un grupo de mujeres canta: “¡Soy celeste, celeste soy yo!” (Interprétese a gusto).

Salen a la cancha Los Dogos (Argentina) y también los Stonewall (Inglaterra). Y permítanme hacer tres comentarios acerca del fashion style de los jugadores:

1) el rapado de los dogos, ¡Sinéad O’Connor x 11!
2) el cambio de vestuario del equipo argentino: salen a saludar con una camiseta azul, regresan a los vestuarios y vuelven a salir con camisetas blancas. ¡Divos!
3) los geniales botines DORADOS del arquero inglés. TOP!

Esteban regresa con los choripanes justo cuando el partido comienza. Ahora todos hacemos “olas”, generadas por la tribuna inglesa; una tribuna muy organizada, por cierto, dirigida por un rubio hiperkinético y muy hábil con sus dos porras verdes. De todas formas, no pueden competir con un grupo de mexicanos que alienta a nuestro equipo al son de: “¡Ra… Ra… Ra…! ¡Argentina ganará!” (O algo así). Todo muy complicado. Yo tengo que morder el choripan, hacer olas, saltar para no ser un inglés, aplaudir con los mexicanos y encima tomar apuntes para escribir esta nota.

Como apreciarán, el clima se va caldeando, los ánimos están ansiosos y entonces no llaman mucho la atención algunos gritos desesperados del tipo: “¡Vas a morir, mariquita!” Desconcertado, Alejandro de Uruguay se pregunta a cuál de todas se referiría. Entre todos deducimos que le están gritando al árbitro. “Claro –confirmaría Alejandro después- porque cobra para los dos lados, es ‘Gillette’”. A estas alturas el choripan, las bananitas de chocolate y las horas de exposición al rayo del sol (los gorritos quedaron en casa) me están haciendo mal.

No sé si por la presión de una final o por el estilo de los equipos en sí, pero este partido definitivamente es más agresivo que el anterior (cuatro tarjetas amarillas). En el primer tiempo se nota la superioridad argentina, en la carrera, en un habilidoso juego de pases y en una permanente invasión del área inglesa. Sin embargo, a la hora de definir, no hay manera de que la pelota entre en el arco inglés. Al final no es tan difícil comentar un partido. ¿Vieron que soy capaz? ¡Tiembla Araujo! (O Fantino, que es más lindo).

Entretiempo. Ellas hacen su show. Si bien nuestr@s porristas no deslumbran con una coreografía despampanante, aportan su pincelada de color y frescura (¿?). “¡Roberto!”, grita algún desubicado desde la tribuna. Quisiera verlo a él saltando en medio del campo de juego con tacos aguja…

En el segundo tiempo los ingleses ponen mucha garra, hay que reconocerlo. Pero no alcanza. El número 14 argentino, un tal Michael (que en realidad es brasileño, ¿?) convierte el único tanto que define a Argentina como campeón mundial. Después, el partido pierde su ritmo a raíz de las pelotas “pateadas afuera” y de los numerosos fouls. El lesionado más grave resulta ser el 7 inglés, quien, tras una breve atención médica, regresa a la cancha con la cabeza vendada y sigue jugando y todo. ¡Vikingo!

Final feliz para Argentina y para todos, creo yo. Papelitos, bocinazos, vuelta olímpica, besos y abrazos. Hay alegría y camaradería entre las diferentes delegaciones, que intercambian sonrisas y también direcciones de correo electrónico (…)

Nosotros, l@s cronistas de SentidoG.com, terminamos exhaustos, con la piel enrojecida y tirante, pero con la satisfacción de haber cumplido con nuestra imposible misión y de haber vivido un gran día, aunque no hayamos entendido nada.

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